sábado, 21 de mayo de 2011

bicicleta

Una bicicleta abandonada en el silencio de la siesta de un pueblerino medio día, recuesta en la puerta de la panadería cerrada.
Al sol, sus ruedas rugen por sentirse tan duras, tan establecidas en la tarde quietecita y simple del mismo pueblo, del mismo lugar.
La bicicleta, con los manubrios abiertos a la espera, quiere pararse y sentir el aire de primavera.
Quiere  rodar… rodar sobre sus preferidas callecitas de tierra.
Desearía estar perseguida por perros invasivos o sentirse pesada por la carga de mercadería en su canasto.
Pero ahí esta.
Aburrida. Quieta. Sin alas, sin patas.
La pintura rojiza de sus caños se derrite al sol, y los frenos, oxidados, funcionan mejor que nunca.
La bicicleta.
Oxidada, rojiza,  está sedienta con su cantimplora vacía.
Detrás de ella el cortinado de la panadería comienza a abrir  sus compuertas.
El transito comienza a aflorar... Ancianos, ansiosos por su bolsa de pan, comienzan a resucitar la tranquilidad del pueblo.
La bicicleta activa sus cables a la espera de algún brazo que la levante,
sin embargo, su cuerpo yace quieto en las baldosas quebradas.








Inesperadamente, alguien de mirada perdida la ve…
Y se  posa enfrente de ella como si hubiera encontrado un  gran tesoro…






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